Saturday, September 30, 2017

La Rambla de Barcelona: un museo al aire libre

En todos y cada uno de los 50 países que he visitado, siempre que le decía a la gente local que vivía en La Rambla de Barcelona, sus ojos se abrían y conectaban con una gran sonrisa y con respuestas de lo más diverso. Desde los habitantes de antiguas repúblicas soviéticas que siempre me decían “arbat” – un paseo que todas las ciudades tienen con árboles y lugar para el entretenimiento – hasta “boulevard”, al más estilo francés, y que es en lo que se convirtió La Rambla hace tan solo un par de siglos.

La Rambla, también conocida como “las Ramblas” por ser la calle que une diferentes Ramblas (dels Estudis, de les Flors, Caputxins o del Centre, Santa Mònica, del Mar) es una marea que hacia el puerto se dirige llevando olas de personas que suben y bajan “rambleando”. Esto ha sido así desde que esta avenida, que bordeaba una parte de la muralla de la ciudad de Barcelona (y que sus cimientos siguen protegidos bajo la acera que va en dirección montaña), actuaba como una de las puertas principales de entrada a la ciudad y en la que se concentraban los mercados, los conventos, los comerciantes, los artistas y saltimbanquis, los mendigos y delincuentes y, como ahora, los forasteros. La entrada a la ciudad quedaba vetada a sus habitantes y al control militar pero las afueras, la rambla y el arrabal, eran espacio abierto y zona de intercambio y divertimento.

Es en este espacio, en el que todo es posible incluso hoy en día, donde nacen unos personajes que prácticamente habitan la avenida. Desde Isidoro el héroe, que a mediados del siglo XVIII ya entretenía a los paseantes de la Rambla vestido de militar para impresionarles; La Moños que recorría la calle vestida de niña, muy pintada, cantando y bailando; L’home dels coloms, que interactuaba con palomas;  El Sheriff de La Rambla, que actuaba de vigilante de la Rambla con su Colt 38 de juguete; El Foca, que cada vez que el Barça marcaba un gol simulaba el ruido de una foca y así los asiduos al quisco de Canaletas se informaban del resultado;  Ocaña, que trajo color a una Rambla gris con su exhibicionismo y atrevimiento; La Estrellita Castro, que su radiocasete alegraba las noches; y muchas otras. Y todos estos personajes eran centro de atención de miles de Barceloneses y foráneos que “rambleaban” como entretenimiento antes o después de una cena, una noche de teatro o de ópera, de fútbol o simplemente de paseo hacia un mar al que se dábamos la espalda.

La Rambla de hoy es otra, sí, pero mantiene lo que siempre ha sido, un lugar en el que el pulso de la ciudad, de los fenómenos políticos y sociales, se manifiestan. Para una vecina de La Rambla como yo, el turismo es un fenómeno social que nos invade como cualquier otro y que, como todo fenómeno, quienes nos gobiernan deben tener bajo control. Es responsabilidad de todos proteger nuestra historia y cultura, y La Rambla se merece ser protegida por todo lo que nos ha dado: en uno de sus afluentes, Gaudí construyó un palacio modernista único; fue una de las calles de concentración de más monasterios y conventos de Europa; Miró nos regaló un mosaico para recibir a los extranjeros; los teatros principales de la ciudad dan el toque musical desde hace más de dos siglos; el primer hotel de Barcelona se instaló en La Rambla; fuentes emblemáticas nos recuerdan lo que en un día fue; y sus edificios son un museo al aire libre.


La Rambla ha sido, es y siempre será un museo al aire libre y, como tal, se merece que todos, administraciones, Barceloneses y turistas la tratemos como se merece para que siga siendo refugio de cultura, entretenimiento y vida.

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